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Confabulaciones de la Infancia

Eduardo Cabrer: Sobre la nostalgia y las memorias fragmentadas 
por Pedro Vélez

Mientras una nueva generación vive de la nostalgia como entretenimiento en tercera persona, me refiero a los espectáculos superficiales idealizados en programas como Stranger Things y las producciones visuales de Bad Bunny, quienes vivimos en carne propia esa época nos vemos forzados a revivir eventos que tal vez queríamos olvidar. Siempre me he preguntado qué tan saludable es la nostalgia provocada por la arquitectura urbana de nuestra infancia ochentosa. Esos pabellones de pizza con techos en tejas color rojo ladrillo, salones comedores (diners) con sus arcades (salón de maquinitas) alfombrados. En aquellos tiempos de colores neones, nuestros padres podían fumar dentro de establecimientos de ambiente familiar. ¿Cuántas recuerdan los ceniceros de Pizza Hut incrustados con el famoso logotipo, pitchers de cerveza, los vasos de plástico texturados colocados en torres al lado de la caja de pago? ¿Cómo olvidar grupos de niños olorosos vestidos con uniformes sucios de pelotero corriendo por el salón comedor haciendo alboroto con sus tenis ganchos en una especie de ritual antes de entrar a la caverna oscura del arcade? Yo fui uno de esos. Ahora, ¿cuántas recuerdan Pizza Hut como el lugar neutral preferido de sus madres y padres divorciados?  Para Eduardo Cabrer la memoria del Pizza Hut de su infancia es el motivo arquitectónico, un posible símbolo dual de frustración y sanación, de donde parte su investigación estética sobre hechos y momentos familiares que marcaron su vida. Un planteamiento loable y necesario, ya que el mundo del arte no tiene suficientes narrativas que exploren el proceso del divorcio, y cómo afecta el estado anímico de los hijos e hijas hasta que llegan a la adultez. En el proceso de armar su confabulación, el artista ha recurrido a metáforas revestidas de melancolía a través de fotografías, transparencias, postales, juegos de arcade ochentosos, manchas abstractas terapéuticas (tipo Rorschach), ensamblajes, arte sonoro y piezas inmersivas.  Su exposición “Confabulaciones de la infancia”  no solo presenta una parte de la intimidad del artista sino que propone preguntas dirigidas a muches de nosotres, los hijos y las hijas de los ochenta, la década en la que la tasa de divorcios alcanzó un aumento récord. Es un tour de force que esboza cómo la memoria nos puede traicionar durante nuestro proceso de crecimiento. Lo que a los veinte nos parecía de un color, a los cuarenta nos damos cuenta de que era muy diferente. Muchas de estas revelaciones se dan al observar fotografías viejas, o en conversaciones directas con entes familiares dispuestas a aclarar memorias fragmentadas. Al ver la exposición por primera vez, me pregunté: ¿Es justo juzgar a nuestras familias? Esa pregunta no la hubiera podido formular a mis veinte. Igual, nunca he sido sometido a una prueba de Rorschach -y tengo entendido que es un método ya obsoleto-, pero Cabrer vivió esa experiencia en su niñez y eran pruebas que se le administraba a sujetos que tenían reservas en comunicarse con sus terapistas. Tales métodos de comunicación visual y recuerdos quebrados se pueden observar en su obra Armadura: de la retentiva en la que Cabrer se recicla una carcasa antigua para cámara submarina y la rellena, no con una cámara fotográfica, sino con cristales rotos de envíos fallidos por compras en Ebay. Los pedazos fragmentados son cuadrados y brillantes. Asemejan pixeles o  piedras preciosas guardadas dentro de un baúl de tesoros piratas encontrados bajo el mar. Al mirar por el visor, uno se encuentra con la parte trasera de una postal con un escrito estilo juvenil de letra cursiva entrecortada. La misma lee :  “Mami y Papi:  no es una piscina sino es un lago en el que hay sunfish y canoas. Con mucho cariño de Eduardo”.  La postal es original de una estadía en el campamento de veraneo Camp Half Moon for Boys en Massachusetts. Con esta pieza Eduardo nos devela la intimidad de la destrucción y reconstrucción de una memoria suya.  A lo largo de su carrera, el artista ha recurrido a elementos similares como cajas de luz, la fosilización artificial de objetos encontrados, reciclaje de bolsas plásticas y la reutilización de petardos. Armadura , a pesar de pertenecer a esta serie crucial de cambio en su producción, se aleja de la marca estilizada que muches erróneamente identifican como Pop Art para adentrarse en una práctica conceptual. Igual sucede con su obra más ambiciosa hasta el momento, Supresión. Aquí el artista se transforma en un adolescente e interviene, en colaboración con Juan Pablo Jimenez Blanco, de 12 años,  los circuitos de una máquina de juegos de gran formato de Ms. Pac Man para conformar una pieza interactiva. El público puede apretar botones, mover palancas, escoger juegos, escuchar música y sonidos originales de la máquina y sus luces intermitentes. Mientras esas negociaciones y acciones suceden, sorpresivamente, la pantalla cambia la imagen para revelar la intrusión de una serie de dibujos Rorschach. Por otra parte, Supresión es una obra inmersiva, casi cinematográfica, que pretende colocar a quien la utiliza en el espacio mental del niño Cabrer cuando su padre lo llevaba a Pizza Hut y lo dejaba jugar a plácemes, evento que el artista identificaba como desinterés y abandono. Ahora admite que esa percepción inicial ha cambiado en tiempos recientes debido a su experiencia como padre; y que lo que él entendía como abandono era en realidad su padre dándole libertad para aprovechar su tiempo como niño.  Placebo es otra máquina, esta vez de juego de azar, de gran formato en la que la espectadora introduce un token para tener la oportunidad de ganarse un premio maniobrando una palanca. Usualmente los premios en estas máquinas son peluches o huevitos plásticos rellenos con prendas de juguete, pero en esta máquina hackeada por Cabrer el público no podrá ganar algo por más que trate. Los premios metafóricos en Placebo son dulces en frascos de medicamentos y vale destacar que la montaña de frascos naranjas recuerdan las acumulaciones de Felix González Torres. La imposibilidad de tener recompensa lo asocio con la frustración de un niño en entender las circunstancias que lo rodean o de no poder tomar sus decisiones sobre su cuerpo, movilidad y sanidad mental. Especialmente los adolescentes que son medicados y que les lleva a un entumecimiento psicológico. Temas similares se observan en una serie de dibujos de pequeño formato titulados Supresión impresas. Se trata de abstracciones tipo Rorschach sobre impresiones difusas y gastadas de diferentes etapas en juegos como Donkey Kong Jr, Centipede y Space Invaders, y dos pinturas basadas en retratos familiares. Cerrando la muestra de fuerza emocional se encuentra una los Autorretratos involuntarios, una serie enmarcada de ensamblajes/dibujos con manchas Rorschach con el cristal protector y pegatinas ornamentales originales de máquinas de juegos en desuso de los 80. A algunos de estos, Cabrer le ha añadido luces palpitantes conformando el espectáculo del entretenimiento y el viaje adictivo que provoca el separarse del mundo real: olvidar o anular los problemas familiares, para enfocarse en la repetición de tratar de ganarle a la máquina.  Al ver la totalidad del salón de juegos de Eduardo Cabrer es que uno se da cuenta que las imaginadas confabulaciones de la infancia de Eduardo se han transformando con la madurez del tiempo en fábulas con moralejas de una generación que ya ocupan la experiencia adulta de sus propios padres y madres. Pedro Vélez 27 de enero de 2021. Con motivo de la exposición Confabulaciones de la infancia de Eduardo Cabrer El Cuadrado Gris, Barrio Obrero 2 de febrero- 5 de marzo

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